Hemos de orar con frecuencia, pero debemos redoblar nuestras oraciones en las horas de prueba, en los momentos en que sentimos el ataque de la tentación.
No es Dios quien nos echa al infierno, somos nosotros por nuestros pecados.
Todos los males que nos agobian en la tierra vienen precisamente de que no oramos o lo hacemos mal.
Con la oración todo lo podéis, sois dueños, por decirlo así, del querer de Dios.
Si no amamos el corazón de Jesús, ¿qué amaremos, pues? ¡No hay más que amor en este corazón! ¿Cómo no amar lo que es tan amable?